VIVITO Y COLEANDO:
Esta sección está destinada
a albergar cosas del sentir
y del pensar: mis poesías,
ensayos, apuntes, notas,
trabajos, etc. Y se intenta
renovar periódicamente.
Febrero 2022
¿Niños que crecen o niños
crecidos?
Es preocupante ver que
muchos niños y niñas en
estos momentos están
excesivamente crecidos
y cargados de genio, que
se muestran caprichosos,
intolerantes a la más mínima
demanda o frustración, que
tienden a apartarse de la
ley, de las normas y del
trabajo, que buscan a
ultranza la diversión y el
placer. Son niños que han
estado desde el principio
muy estimulados, que hablan
como pequeños adultos y
quieren decidir como si lo
fueran, pero cuya
desenvoltura es más aparente
que real. Saben manejarse en
el ordenador y, por
supuesto, en el móvil, saben
qué hacer para subir en el
ascensor o para pagar el
tique del aparcamiento. Pero
no saben hacerse la cama o
lavar un vaso. (Sobre todo,
cuando se les pide que lo
hagan). Ellos quieren “ir
por libre”, hacer su
voluntad, no tener que
obedecer.
Así lo refieren los padres:
“no nos escucha cuando le
hablamos”, “va a la suya, no
quiere hacer caso”, “dice
que está cansado cuando le
decimos que haga algo”, “nos
planta cara”, “nos
chantajea: o me dejas el
móvil o me voy a portar
mal”. Y no es solo rebeldía,
reto o mala educación. Es
algo más. Una negación a
atender la voz de otros, una
ignorancia a la autoridad de
los adultos, una resistencia
a quedarse en su lugar de
niños y a dejarse guiar,
organizar o mandar. Una
especie de desconexión,
sordera, o ignorancia a todo
lo que no sea divertido,
excitante, vertiginoso o
transgresor.
Es como si el momento
impulsivo, opositor,
narcisista y mágico de los
niños pequeños se hubiera
multiplicado por mil. Como
si hubiera una
insaciabilidad, una
necesidad enorme de “estar a
tope” siempre, de ganar, de
acaparar, de imponer, de
triunfar. Y a la vez una
intolerancia total a lo que
supone realizar lo que otro
les pida, negándose
sistemáticamente a que
alguien les diga lo que
tienen que hacer, como si ya
pudieran decidir por si
mismos en los asuntos que
les conciernen: comer,
dormir, vestirse, ver la
televisión… Como si tuvieran
derecho a todo, a las cosas
de los niños y a las de los
mayores.
La desubicación es tan
grande a veces, que no ven
diferencia entre los adultos
y ellos, y obran en
consecuencia, haciéndose
cada vez más exigentes,
demandantes y desafiantes.
“-Pórtate
bien, hijo, (dice el padre).
-Y tú también, tío,
(le contesta el hijo, de
siete años”). Y todo ello
con nuestro permiso, porque
esta situación no la han
inventado los niños, sino
que ha sido gestada y
propiciada por nuestra
permisividad, nuestra
sobreprotección y nuestra
complicidad.
Les hemos ofrecido un sitio
a nuestro lado y ellos lo
han ocupado, así de
sencillamente. Por una
parte, prolongándoles la
sensación de omnipotencia
que se tiene en los primeros
años y haciéndoles sentir
que pueden tenerlo y hacerlo
todo. Y por otro,
evitándoles dificultades,
tristezas, frustraciones y
límites, abocándolos a una
especie de limbo y de falsa
libertad que los ha
desorientado.
Así que nos encontramos con
que bastantes de nuestros
niños y niñas ignoran la
existencia de las figuras de
autoridad, ya sean padres,
maestros o alguna otra
persona mayor. Que con
frecuencia no atienden a
razones, que les cuesta
seguir las normas y que no
escuchan lo que se les dice.
Y es que les hemos invitado
a compartir las decisiones
antes de hora, desde un
deseo irreal de
igualitarismo, de “coleguismo”,
de democracia absoluta. Sin
embargo, la función paterna
contiene una representación
de la ley y una asunción del
rol de control, de guía, de
contención y de freno, por
mucho que ahora todo eso
suene a autoritario o a
antiguo.
Intentando bucear en los por
qués de este fenómeno,
pienso que, por un lado, ha
habido un importante y
significativo proceso a
favor de la protección de la
infancia y de los derechos
de los niños, que
probablemente se ha
desorbitado. Y, por otro,
creo que se ha dado una
tremenda huida de cualquier
cosa que sonara a mando y a
autoridad, en el esfuerzo
general de olvidar los
tiempos de dictadura,
sufridos desde un silencio
impuesto y desde unas
prácticas de vida
impregnadas de obligaciones,
muchas veces injustas.
Porque es verdad que los
niños en sus primeros años
son puro impulso, deseo de
placer y omnipotencia, y que
estas cosas que alimentan la
autoestima, les reportan
tanta diversión y disfrute,
que es lógico que se
resistan a dejarlas a cambio
de crecer y de ser
realistas. Pero eso no
significa que tengamos que
ofrecerles una crianza sin
normas, un lugar inadecuado
y una sensación de falso
dominio que los pone
alterados, inseguros,
exigentes, egocéntricos e
ingobernables.
Los niños necesitan una
crianza que incluya los Sí y
los No necesarios para un
crecimiento sano, porque
tienen derecho no sólo a ese
“positivo” Sí que tan buena
prensa tiene, sino a ese
“positivo” No que les
va a dar seguridad y
contención, que les va a
situar en su lugar de niños,
que les va a permitir pisar
tierra, encajar la realidad
y aprender a conocer y a
aceptar sus limitaciones.
Para ello tendríamos que
abandonar el papel de
“iguales”, y atrevernos a
asumir los de padre, madre,
maestro o adulto, porque
estos papeles de apoyo y de
freno a un tiempo, son
verdaderamente necesarios y
estructurantes para los
niños.
No ofrecerle la ley a un
niño equivale a dejarlo a
merced de su mundo impulsivo
y permitirle creer que sus
deseos alcanzarán siempre lo
que él quiera, cosa que es
incierta y que, a la larga,
le puede frustrar mucho más
que un poco de freno de
tanto en tanto. Primero se
ha de dejar uno guiar y
después ya se puede decidir
autónomamente. Al contrario
no funciona. |