VIVITO Y COLEANDO:
Esta sección está destinada
a albergar cosas del sentir
y del pensar: mis poesías,
ensayos, apuntes, notas,
trabajos, etc. Y se intenta
renovar periódicamente.
Septiembre 2021
A la chita callando
He sabido de un niño de tres
años que estuvo a punto de
tener que dejar de ir a la
escuela por no ser capaz de
mantener a raya sus
esfínteres, lo cual tenía
para él la ventaja de
recibir la visita de su
mamá, (que acudía a ponerlo
limpio cuando la llamaban
desde el centro escolar), y
también la desventaja de que
la maestra lo dejaba en
conserjería. Sin embargo, a
pesar del desagrado de tener
que esperar a su madre en un
sitio inhóspito para él, no
había modo de que el niño
lograra controlar sus
necesidades. Tanto la de
descargar tensión haciéndose
pis encima, como la de hacer
que acudiera su mamá, que
estaba en casa ocupándose de
su hermano pequeño.
¿Qué será lo que está
pasando para que en la
dinámica de funcionamiento
de muchas escuelas se haya
introducido esta modalidad
de llamadas domiciliarias
que ponen en jaque a las
familias y en peligro de
desequilibrio afectivo a los
niños?
Pensando en el niño, podemos
preguntarnos qué estará
queriendo decir su
descontrol. Si será una
falta de maduración o una
demanda de atención. También
cómo se sentirá cuando ve
que ha tenido otro escape y
que va a empezar el ritual
del destierro. Y cómo
afectará a su autoestima
este tipo de actitudes hacia
su persona, o cómo confiará
en sus capacidades después
de estos episodios
desvalorizadores.
Pensando en las familias,
podemos suponer que es fácil
que se planteen qué le pasa
a su hijo, por qué será que
no le atienden cuando lo
necesita, si es que no se
habrán dado cuenta de lo
pequeño que es, o qué
ocurriría si el padre y la
madre estuvieran trabajando
y no pudieran ir a la
escuela a cambiarlo. También
puede ser que entiendan que
la solución pasa por
aleccionar al hijo para que
adquiera el control lo antes
posible. Con riñas, con
premios, con castigos, o con
presiones varias: "No te
hagas pis, por favor, que si
pido más permisos en el
trabajo, me despedirán".
Pensando en las maestras y
en los obstáculos con los
que se encuentran,
observamos que con
frecuencia no disponen del
confort suficiente para la
higiene de sus alumnos
porque los centros no están
acondicionados para ello, o
tienen grupos demasiado
numerosos, o niños que
tienen necesidades
educativas especiales y
requieren mucha atención,
además de que han de
sostener las demandas de las
familias acerca del
rendimiento de sus hijos.
Pensando en las políticas
educativas, podemos
reflexionar sobre qué puede
haber pasado para que la
escuela abra sus puertas a
los niños de edades
tempranas, pero sin
responder a todas sus
necesidades, sino más bien
dedicándose a trabajar en
torno al currículum y
negándose a actuar en la
parte de crianza y atención
que conlleva la educación
temprana hoy. El hecho de
que no se contemplen las
dificultades lógicas e
inherentes a cualquier
proceso de crecimiento dice
poco de una institución
escolar que ha de amparar y
facilitar a los niños
atención y enseñanzas. Y
todo ello con las extrañas
excusas de que: "la
enseñanza en estas edades no
es obligatoria", o de que:
"las maestras no han
estudiado para cambiar
pañales". Excusas que hablan
de indiferencia ante la
fragilidad de los pequeños.
Pero por mucho que cueste,
esto no evita la necesidad
ineludible de que los niños
hayan de estar bien
atendidos. Si para lograrlo
se ha de pedir mejor
infraestructura o exigir más
personal de apoyo en los
centros, pues que así se
haga. Y no me refiero a un
personal de apoyo que se
dedique en exclusiva a
cambiar "escapes", sino a
contar con más maestros en
el centro que trabajen en
equipo con los tutores y
sean una ayuda eficaz en el
día a día.
La Psicología evolutiva nos
dice que no está estipulada
una edad exacta en la que
los niños tengan que
controlar esfínteres, sino
que esta adquisición es algo
variable, dependiendo de
cada cultura, cada familia y
cada niño, según su grado de
madurez y su crianza.
También nos dice que es
habitual que haya
regresiones ante situaciones
nuevas, momentos críticos,
nacimiento de hermanos,
estrés... E incluso que
llevar a cabo un aprendizaje
demasiado precoz del control
de los esfínteres, es
perjudicial para los niños,
porque les puede originar
problemas posteriores:
nerviosismo, enuresis,
regresiones y alteraciones
varias. Es decir, que es
absolutamente normal que
algunos niños tarden más que
otros en controlar, según
sus circunstancias
personales y familiares.
Cierto es que no en todas
las escuelas se exige que
los niños de tres años
controlen esfínteres, pero
en bastantes sí que ocurre.
En algunas ponen como excusa
que el reglamento interno
del centro así lo señala, en
otras que no se puede dejar
la clase sola mientras se
cambia, en algunas aducen
que si se está en estos
“detalles” no se puede
enseñar. Pero cabría
preguntarse si los
profesionales que organizan
así sus escuelas, los
inspectores que permiten
este modo de funcionar y los
altos cargos de las
instituciones educativas que
no se detienen en estas
minucias, aceptarían estas
prácticas si los que
quedaran mojados y apartados
fueran sus hijos o sus
nietos.
El caso es que a la chita
callando, y con apariencia
de legalidad, de
profesionalidad y de
normalidad, se está dando
esta realidad que comentamos
y que indica una atención
pobre e insuficiente hacia
los niños, un descuido de
sus necesidades, un abandono
afectivo y un olvido de la
diversidad en madurez y
crianza. Que el curso ya va
a comenzar y estas cosas
afectan a muchos
niños.
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